Nuestra Nicaragua, este hermoso pedazo de tierra, de cielos azules y mares de agua dulces, esconde tantas historias que se hace un nudo en la garganta, ejemplos de caerse y levantarse, ejemplos de trabajo de hormiga y de una lucha contra corriente. En tiempos de pandemia y crisis sistémica del capitalismo decadente, lo más difícil es construir esperanza en lo local, por eso honrar el presente es honrar la vida y lucha de la gente común. Hombres y mujeres, que no se detienen y que nos impulsan a sacar lo mejor de nosotros.

Doña Xiomara, se despierta todos los días a las 4 am para alistar los productos que vende en el mercado municipal de alguna parte de Nicaragua. Entre sus productos principales están los nacatamales, ella orgullosa pregona que son hechos con amor. Te los ofrece con café, pan o tortilla. Te los podes llevar o sentarte, ella siempre con su sonrisa a flor de piel me cuenta con orgullo sobre su nieta, que estudia el tercer año en la universidad pública.

Mientras platicamos, todo se alborota, alguien grita que viene la lluvia. En la agitación los mercaderes hablan y se ayudan entre todos, como si todos fueran hormigas o abejas de la misma colonia, es decir se mueven como si todos fueran un solo ser vivo, una sola casa y si fueran una gran familia. Ella como dándose cuenta de mi impresión se sonríe y me dice “aquí todos somos una familia”. Me cuenta sobre su receta “no mucho achiote ni mucha sal ni mucho ácido”, es una receta tradicional de esta zona.

La lluvia cesa y se escucha la radio con diferentes estaciones, el verde resalta detrás de los módulos de comida, las mujeres de todas las edades y hombres trabajan duro para garantizar la alimentación popular. Algunos limpian pescado, otros limpian verduras o granos, todos tienen paciencia, firmeza y constancia. Siempre están haciendo algo con algún alimento. Cada comida y producto que se elabora ahí no es algo instantáneo, es un proceso dentro y fuera del mercado. Es una gigantesca red de trabajo y solidaridad cotidiana y silenciosa.

Por ejemplo, para preparar el nacatamal, el maíz nezquizado se lo garantizan las mujeres tortilleras, la molida de todos los ingredientes lo hace donde el viejito del molino; el cerdo crudo, la pareja de al lado que además vende frito y chicharon; las cebollas, chiltomas y papas se las provee la jóven alegre que trabaja con su abuelita y su hermana menor en el tramo de verduras; el achiote es del señor que vende especies, las hojas de plátano para envolver se las provee una familia campesina y así, cada paso, esconde muchas redes, saberes y haceres tradicionales que sostienen una economía local que circula bañada de sudor. Una economía que se mueve con realidad, con rostros comunes, con rostros nicaragüenses pero sobre todo con otra ética, con otra moral, la moral que se refleja en el cariño y en el ipegue -un extra que te dan al comprar-.

Los módulos del mercado popular son nuevos, todo es nuevo, cada tramo de comida tiene fogones con su chimenea, áreas de lavado, agua, luz eléctrica con formalidad. Es un espacio digno para la clase trabajadora y autogestiva. Afuera del mercado las caponeras, mototaxis y camionetas viejas traen y llevan de todo. Las calles también son recientes y a pocas cuadras también se gozan de canchas deportivas y parques infantiles dignos.

Al terminar de comer mi nacatamal – en poco tiempo -, ya doña xiomara sabía mi vida y yo la de ella, un encuentro cálido no planificado y de chisme cariñoso que se recrea en las entrañas de la cultura. En el tramo de doña Xiomara y el de las otras familias -que trabajan con seguridad y paz- no sólo se recrea la economía, se recrean los cuidados y la cultura, la desobediencia, se recrea la dieta tradicional mesoamericana, la cultura del maíz y las raíces subterráneas, que siguen dándole forma a nuestro presente. La Nicaragua real y profunda, que trabaja día a día y que con todos los sentidos despiertos abraza la tierra que pisa.

Escrita por: Yorlis Luna/ Tortilla Con Sal